El sueño era vivir a ras de la tierra o, al menos, vivir en una ciudad que duerma. En una ciudad que, a ratos, estuviera dormida. Dormida de coches de ruidos y de gente. Dormida de centros comerciales, de oficinas, de fábricas. Dormida. Pero no. Esta ciudad no duerme nunca. Está encajonada. Entre los ruidos y los coches y la gente y los centros comerciales y las oficinas y las fábricas. Les faltaba el silencio.
Echaban de menos vivir a ras de la tierra. Sentirla en cualquiera de sus formas. En la ciudad no hay tierra. En la ciudad se vive a ras del asfalto. Pensaron que en otro lugar más hermoso pensarían en otras cosas. Cuando te rodeas de cosas hermosas es más fácil pensarlas. Y para escapar cerraron los ojos. Solo así se roza el silencio de la ciudad dormida. Solo así aparecen cosas hermosas. Ojos cerrados. Un viernes por la tarde (sin lluvia). Una reunión para decidir si se irán a vivir a ese lugar. Ojos cerrados. No es el lugar que sueñan. Hablan y hablan. Ojos cerrados. Quizás, entre todas, en ese barrio, puedan construir el silencio, una esquina donde la ciudad duerma, al menos, un rato cada día.
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