Llamaron a la puerta y ella se tiró por la ventana. Se tiró porque venían a echarle de lo único que le quedaba, una casa vacía en la que ya no había nadie que la sujetara. No vivía en un barrio pobre, no vivía en la periferia donde las soledades se invisibilizan, vivía en barrio donde la soledad se oculta.
Sonaba el timbre y ella ya no escuchaba, solo miraba desde el balcón de su quinto piso, y pudo más el vértigo al vacío de su casa que al del otro lado de la baranda.
La ciudad en la que vivimos, las ciudades en las que vivimos, están siendo colonizadas por un sistema que alimenta y se alimenta de estos vacíos. Devora las últimas trazas de interdependencia que le quedaban a María Angeles.
Nuestra casa no tiene 5 pisos, no está diseñada tan alta, pero sí está construida sobre sólidos pilares de interdependencia. Estamos organizando cómo cocinarnos entre todas, cómo alimentarnos las unas a las otras, pero lo que realmente estamos haciendo es alimentar otro sistema que llene los vacíos.
Esperanzador